Mariano, maestro; Mariano, amigo, qué pena, te llamó la Tierra y no pude despedirme de ti. A mí, todas las muertes de los seres queridos, incluso las anunciadas, me pillan a destiempo. Pero quiero aprovechar ahora esta ocasión, entre tus conocidos y amigos, para repetirte otra vez que fuiste uno de los mejores profesores que tuvimos en el Colegio. Sé que oír esto incomodaba tu modestia, pero tus clases de Historia eran muy interesantes y lo que se te colaba entre líneas al dar la lección, aún lo era más. Fuera del aula, en el patio, en la calle, encontramos en ti a un tipo de confianza, seriamente divertido, o divertidamente serio, comprensivo y afable, que se esforzaba por llegar a todos aquellos adolescentes alocados e inseguros, que se querían comer el mundo. “Los elogios no se merecen, pero se agradecen”, me dijiste una vez.
Recuerdo algunos viajes Langreo-Oviedo y viceversa, en el autobús, muchas veces otoñales, nocturnos, hablando de filosofía, historia y arte, las materias que te apasionaban. “Aquí da gusto rezar”, me confesaste un día, ya lejano, ante una imagen de la alemana Catedral de Worms.
Tengo presente tu atenta asistencia a una de mis conferencias en Langreo, en la que te hice reflexionar sobre el paso del tiempo, ese que ahora te ganó la partida, el que nos la ganará a todos; y también tu entusiasta concurrencia en la presentación de mi libro sobre el Apostolado de Oviedo, del Greco, que tanto me ayudaste a componer, a través de cariñosos correos electrónicos, ilustrándome acerca de los evangelios apócrifos, del canon de la misa y de otros asuntos que conocías muy bien, pero sobre todo, dándome ánimos para llevar a buen puerto aquel ensayo. “Decimotercer apóstol del arte”, llegaste a llamarme. Retomo y celebro muchas veces como al llegar a tus manos el libro ya editado, me contaste lo de aquel partido de futbol que jugaste en Alemania, nada menos que contra los protestantes luteranos, en el que metiste el gol de la victoria, qué tío, y un espectador exaltado te gritó aquello de “¡Viva tu madre!”, que entonces tú me volviste a gritar a mí.
Creo, Mariano, francamente, que no te dio miedo la muerte y ello no tanto por tu condición de creyente, que también, sino por ser un tipo sereno, estoico e intrépido, que dejaba latiendo en la vida muchas enseñanzas en varias generaciones de discípulos, un puñado de buenos recuerdos entre familiares y amigos, y unos cuantos trabajos bien hechos.
Así que, por esto y por lo que has supuesto en mi vida, mientras me dure, te recordaré y te daré las gracias, maestro, amigo.
Gabino Busto Hevia
La Felguera, Langreo, 9 de noviembre de 2011
bonito homenaje
ResponderEliminarsí que lo es
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